No son las apariencias las que engañan, lo que engaña son las expectativas.

Las expectativas altas en ocasiones terminan en tristes desengaños. Esto es lo que nos ocurre muy a menudo con ciertas personas sobre las que gestamos toda una multitud de deseos y esperanzas, para que día a día se vayan derrumbando a la vista de la realidad. 

 Todo ello nos demuestra que a veces, lo que falla no son las apariencias, sino las propias expectativas.

Es muy posible que más de uno se diga aquello de que mantener unas altas expectativas en la vida es algo necesario, es un motivador, más son lugares arriesgados donde queda depositada la confianza en uno mismo y la sensación de que nos merecemos siempre lo mejor.

 De hecho, se sabe que a la hora de enfrentarnos a una determinada tarea las expectativas altas generan una actividad cerebral mayor y que incluso amplían nuestra gama de respuestas.

Ahora bien, el auténtico problema no está en la motivación que nos generan, sino en la atribución que hacemos sobre ellas y en la pericia con la que maquillamos el riesgo que en el fondo entrañan. De hecho, lo creamos o no, gran parte de la población sitúa su nivel de expectativas muy por encima de la propia realidad. 

Es una práctica muy común, tanto, que quien más y quien menos conoce a la típica persona que vive eternamente decepcionada porque los demás no se ajustan a la inalcanzable cumbre de sus expectativas.

Vivir en el deseo de una existencia perfecta, de una relación afectiva ideal y de un concepto de la amistad devoto y abnegado, lo único que genera es desconsuelo. Es caer en la eterna trampa del “yo merezco lo mejor” sin saber que lo mejor no es necesariamente “lo perfecto o lo ideal”, sino aquello por lo merece trabajar cada día en común para conseguir una felicidad real, sincera y satisfactoria.

A menudo suele decirse que el concepto que tenemos de nosotros mismos se ha ido formando por lo que otros han opinado sobre nuestra persona a lo largo de todo el ciclo vital. Nuestros padres, maestros, profesores, amigos y compañeros de trabajo han ido formando de una manera sutil donde a menudo se haya la imagen que tenemos de nosotros. Si a ello se le añade además las expectativas que uno mismo también construye sobre quienes le envuelven, nos daremos cuenta de la extraña tela de araña en la que andamos diariamente.

Pensemos por un momento en esta extraña ironía: muchos somos en gran medida lo que otros esperan que seamos, pero cuando los demás no actúan como nosotros queremos, nos desesperamos o desilusionamos.

Además, esta es una realidad que se ve muy a menudo en las relaciones de pareja, ahí donde es muy común situar en la otra persona unas expectativas muy altas y rígidas, sobre lo que esperamos que la otra persona haga, diga y nos ofrezca en un afán también por reafirmarnos a nosotros mismos.

Aquello de “no esperes nada de nadie espéralo todo de ti”, tiene sin duda una base muy real. Deberíamos ser capaces primero de invertir en nuestro propio crecimiento personal para dejar de buscar personas supuestamente perfectas e ideales. si primero, no hemos logrado ser la mejor versión de nosotros mismos.

Trabaja en tu persona y si requieres apoyo comunícate a Maayán Hajaim al 5552925131.

Comentarios

Entradas populares