Ser resiliente es una actitud ante la vida.


Ser resiliente es una actitud ante la vida, es la esperanza invitándonos a seguir adelante.

Decir que somos resilientes es algo que todos sabemos que no siempre se logra con la misma eficacia. No todo el mundo se sobrepone por igual a una circunstancia de estrés o de dificultad personal. Cada uno de nosotros arrastramos nuestras experiencias privadas, injusticias asumidas, nuestros momentos degradantes y no siempre sabemos cómo salir de ellos.

Para que esto sea así, intervienen diferentes factores enmarcados en nuestra propia cultura. Vivimos en una sociedad acostumbrada a poner etiquetas: tú eres inteligente, tú eres torpe, tú eres un fracasado, aquel es débil y el de más allá es fuerte, él es pobre, tú eres rico, etc.

Esa obsesión por llevar cada rasgo a un extremo y ponerle una etiqueta permanente nos sume muchas veces en un estado de desaliento absoluto, donde dejamos de creer en nuestro propio potencial, aislándonos en nuestras experiencias privadas, en nuestros sufrimientos de carne, lágrimas y abatimiento. A veces no nos basta con que nos digan aquello de que todos podemos ser resilientes, porque la resiliencia, y esto es importante, difícilmente surge en soledad.

Necesitamos también la confianza y apoyo de alguien, la cercanía de un entorno empático y facilitador donde poder emerger de nuevo: más fuertes, más libres, más hermosos, más dignos…

Pero,¿ por qué algunos somos más resilientes que otros…?

La clave que nos hace a unos más resilientes que a otros, se halla en la habilidad de nuestro cerebro para soportar o resistir las situaciones de estrés.

Por lo tanto son factores biológicos.  Estos serían los principales mecanismos que determinan nuestra mayor o menor resiliencia:

La crianza: El haber contado con una atención caracterizada en el afecto continuo y en esa crianza basada en el apego que atiende y guía, favorece la óptima maduración del sistema nervioso central del niño. Sin embargo, crecer en un entorno traumático o donde no haya afecto, provoca reacciones fisiológicas y bioquímicas que nos harán menos resistentes ante las situaciones de estrés.

El factor genético: también es determinante en muchos casos. El miedo o la capacidad para sobreponerse a la adversidad dejan una huella emocional, un rastro en nuestros genes que posiblemente se pasan a otras generaciones.

Nuestros neurotransmisores: Otro aspecto que se ha podido observar es que las personas con grandes dificultades para manejar el estrés o para afrontar un trauma, tienen una baja actividad en neurotransmisores como las endorfinas o la oxitocina. Su escasa interacción con el sistema límbico o la corteza prefrontal sumen a estas personas en un estado de indefensión continua, en el desconcierto emocional y llegan a tener  una mayor tendencia a la ansiedad o la depresión.

Tal y como podemos ver estos factores pueden hacer que seamos más vulnerables, que nos percibamos a nosotros mismos más débiles y al mundo un escenario amenazante. Sin embargo, evitemos abrazar esta creencia. Nuestro potencial está ahí.
El alma resiliente sabe que no sirve de nada pelear contra el mundo.

Muchos de nosotros nos pasamos la vida enfadados con el mundo. Estamos resentidos con nuestra familia por esa infancia habitada por las ausencias y el vacío de las carencias. Detestamos a quien le hizo daño, a quien nos abandonó, a quien nos dijo «ya no te quiero» o quien te dijo «te quiero» y era mentira. Odiamos esta realidad compleja, competitiva y a veces, y en los casos más extremos, hasta detestamos la vida misma.

“Cuando no podemos cambiar una situación tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos” -Viktor Frankl-

Enfocamos nuestra mirada y nuestra energía al exterior. Lo creamos o no, la resiliencia no es una armadura con la cual podamos ser más valientes para hacer desaparecer todos esos demonios externos. Porque de nada sirve ponernos uncaparazón de material inquebrantable si primero no atendemos al ser herido que hay en su interior.

La armadura más fuerte es el propio corazón, la propia mente a la que revestir de resiliencia, de autoaceptación, de autoestima y esperanzas renovadas. De hecho, y aunque nos cueste admitirlo, hay batallas que es mejor dar por perdidas, porque dejar el pasado es permitirnos vivir en el presente, es dejar que surjan ilusiones en las grietas de nuestras heridas.

Poco a poco y día a día, esas ilusiones tendrán nuevos proyectos, nuevas personas y nuevos objetivos, de esos que arrancan sonrisas, de esos que quitan malas experiencias del pasado. Finalmente, llegará el momento en que podamos hacerlo, en que pondremos la mirada en el pasado sin sentir el miedo y la rabia de antaño. La calma llegará porque nos hemos permitido por fin aquello que tanto merecemos: ser felices.

Si te cuesta soltar y requieres ayuda, marca al 52925131, en Maayán Hajaim podemos apoyarte.

Comentarios

Entradas populares