Límites en la adolescencia



Para conseguir una adecuada educación de los hijos es necesario establecer normas y límites desde el nacimiento, que se irán modificando y flexibilizando con el paso de los años y el crecimiento del niño.

El objetivo fundamental de los límites es asegurar la seguridad y la salud del niño, pero también persiguen estabilizar y proporcionar un determinado orden y estructura en la dinámica diaria, así como poder llevar un sentido de vida coherente. Por otra parte, los límites ayudan en la construcción de la personalidad del niño o adolescente, ya que conllevan el desarrollo de aspectos como la voluntad, la tolerancia a la frustración, el aplazamiento de las satisfacciones, tener en cuenta los derechos de los demás, etc.

Desde que se empiezan a establecer límites es normal que el niño, a su vez, intente poner obstáculos a los mismos. De esta forma aparecen los conflictos inherentes y naturales en todo proceso evolutivo. Con el paso de los años, y más especialmente en la adolescencia, será también normal que aumente el cuestionamiento de las normas y límites por parte del chico. El adolescente necesita poner en duda el modelo propuesto por sus padres y eso forma parte de su desarrollo y de la progresiva construcción de su personalidad. 

¿Cómo poner límites?


  • Es importante poner límites solo en aquellos temas que se consideren realmente importantes. Es preferible que existan pocos límites, bien definidos y en los que se pueda mantener una coherencia a que se establezcan muchos límites ambiguos o variables, que llevarían a la confusión y perderían su utilidad.
  • Antes de transmitir los límites a los hijos, es importante que los padres hayan acordado y estén convencidos sobre lo que van a pedir a los niños.
  • A la vez, los progenitores deben haber decidido de antemano y de mutuo acuerdo qué consecuencias tendrá el hecho de que su hijo no cumpla un determinado límite o norma, comunicándoselo al niño.
  • Es aconsejable que las consecuencias que se apliquen en caso de saltarse una norma sean lógicas o tengan alguna relación con la falta realizada (por ejemplo, pueden ir dirigidas a la restauración del daño ocasionado al saltarse la misma). También deben ser proporcionales a la falta hecha, ya que si se aplican grandes consecuencias a pequeñas faltas, faltarán procedimientos cuando se produzcan faltas más graves. No son aconsejables los castigos en los que se pretenda que el niño sufra o se sienta humillado, ni la aplicación de castigos excesivos en proporción a la falta realizada, ya que estos hechos transmitirán miedo e inseguridad en el niño y se perderá el objetivo inicial que se pretendía con los límites.
  • Hay que expresar reconocimiento y gratitud cuando el niño se comporta como se le ha pedido y ha respetado una norma o límite que se le había propuesto (por ejemplo, si ha llegado a casa a la hora acordada).
  • Una vez establecido un límite hay que mantenerlo, siendo constantes en el tiempo  y coherentes, porque si se aplica arbitrariamente creará confusión. Un niño necesita sentir que sus padres saben lo que le piden y lo que le permiten y, además, que se lo transmiten con seguridad. Al mismo tiempo un niño dejará de insistir y oponerse a una norma con mayor probabilidad si percibe que sus padres no están dispuestos a ceder.
  • El clima emocional debe ser afectivo y cordial. Establecer un límite no tiene que suponer tensión, gritos o agresividad, ni debe plantearse como una amenaza o un castigo. Tampoco es aconsejable entrar en discusiones o luchas de poder con los hijos, ni perder el control ante ellos.
  • Es necesario fomentar una buena comunicación, estando dispuestos a revisar y flexibilizar la validez de los límites con el paso del tiempo y los avances del niño (sobre todo los relacionados con la hora de llegada a casa, la hora de acostarse, etc.). Es de utilidad permitir que el chico, sobre todo a partir de la adolescencia, participe cuando se fijen nuevas normas o se pacten nuevas condiciones, ya que este hecho le dará la oportunidad de aprender a negociar y, a la vez, será más fácil que éste se implique y se responsabilice en el cumplimiento de las mismas.
  • Los padres deben ser modelos válidos a seguir para los hijos. No es aconsejable pedir algo a un niño que alguno de los progenitores no es capaz o no está dispuesto a  cumplir (por ejemplo no se le puede pedir que no grite si alguno de los padres suele hacerlo habitualmente).


Elena Mató 
Especialista en Psicología Clínica 
Psicólogo consultor de Advance Medical 

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