Estilos de crianza que causan sufrimiento
Es importante prestar especial
atención a las relaciones que existen dentro de las familias para explicar la
psicopatología que presenta alguno de sus miembros. En realidad, toda la
psicología con sus diferentes corrientes se interesa por este hecho y lo toma
en cuenta como factor desencadenante de muchos trastornos en los individuos.
Familias aglutinadas, desligadas,
estilos parentales democráticos versus autoritarios, alianzas generacionales,
relaciones que fomentan el doble vínculo familiar, sobreprotección, abandono,
negligencia, etc. Son muchos los fenómenos estudiados que relacionan algún tipo
de enfermedad mental con algún condicionante familiar.
Si algo tiene de difícil este
tema es su correcto abordaje, explicación y tratamiento, más aún cuando en la
sociedad se asumen ciertas ideas como verdades absolutas que, desgraciadamente,
no siempre se cumplen. La sangre hace el parentesco, pero no implica mucho más
allá. Se asumen como ciertas frases del tipo “como la familia no hay nada”, “la
familia nunca quiere hacer daño” o “entre familia hay que perdonarlo todo”.
Todo esto causa mucho dolor,
culpabilidad y confusión en personas que sienten que sus familiares no han
sabido responder a la incondicionalidad que la sociedad nos ha dicho que
deberían de mantener, que han sufrido maltrato físico o psicológico o que
perciben que el sistema de crianza recibido ha frenado su evolución e
independencia emocional.
Existen familias que han llegado
a hacer daño intencionadamente y otras que lo han hecho sin saberlo, dando el
amor, el consejo y la educación que ellos creyeron conveniente sin tener en
cuenta que sus hijos no querían el futuro que habían diseñado para ellos.
Con este artículo no vamos a
pretender señalar lo mal que lo ha hecho nadie, pero sí vamos a tratar de
demostrar determinados mitos para explicar realidades y la realidad es que hay
familias que curan y familias que enferman.
Roles asignados y etiquetas que estigmatizan
De la frase “Es un poco inquieto”
a “Tiene un carácter difícil” existe un continuo imperceptible de pequeñas
frases, que dichas y repetidas en el núcleo intrafamiliar pueden minar a
quienes las escuchan. En el fondo, es una forma de dar identidad a cada uno de
los hijos, de ahorrar explicaciones o en muchos casos de cubrir las propias
deficiencias parentales en la educación.
Etiquetar a un niño es una forma
de perpetuar su comportamiento, haciéndole creer por lo que escucha de los
demás que su comportamiento es “incorregible” y algo inherente a su ser. Estas
etiquetas se van perpetuando de padres a profesores y conocidos; penetrando en
el ambiente directo de lo que rodea al niño.
Las etiquetas a los hijos no solo
quedan en el ámbito intrafamiliar, sino que se transmiten a profesores y
conocidos del niño. Cuando este quiere cambiar su comportamiento, se encuentra
con un muro de desconfianza.
Amor malentendido
Muchas veces escuchamos la
conocida frase “como te quiere tu familia, no te va querer nadie”. Esta frase
hiere los sentimientos de muchas personas que no lo han vivido así,
dificultando que se detecten e incluso denuncien comportamientos de abuso.
Tampoco podemos olvidar que este maltrato puede darse en las dos direcciones,
las generaciones anteriores a las posteriores o de las posteriores a las
anteriores (de padres a hijos y de hijos a padres).
Que alguien “lleve tu sangre” no
implica que no pueda hacerte daño con su comportamiento. El parentesco es algo
biológico, genético y sin embargo el buen vínculo es afectivo, comunicativo y
está sujeto a la variabilidad de los individuos que poco tiene que ver con lo hereditario.
Los genes establecen un vínculo
hereditario que no implica ir acompañado de un vínculo afectivo satisfactorio.
Este tipo de creencias asumidas por la sociedad nos dificulta detectar nuestras
necesidades y verdaderos intereses como individuos.
La sobreprotección que ahoga y limita
No basta con querer sin límites,
hasta en el amor hay que aplicar la virtud del equilibrio. En etapas tempranas
del desarrollo de los bebés, se observa su necesidad de explorar el medio
teniendo como referencia una figura de apego relevante, algo que demostraron
los psicólogos John Bowlby y Mary Ainsworth.
Los estudios con monos que
realizó Harry Harlow pone en evidencia
que el afecto y el cariño en un bebé hacia su madre es fundamental para
desarrollar un apego seguro que le permita explorar el mundo con independencia.
Sin embargo, este apego no debe confundirse con sobreprotección.
Velar por la seguridad de un hijo
no debe estar reñido con su absoluta libertad para explorar el ambiente. Esta
forma temprana de interactuar con el mundo determinará su fortaleza y seguridad
con los desafíos futuros que el medio le plantee.
Las aspiraciones incompletas proyectadas en los hijos
Que tener hijos sea la opción de
vida más escogida entre la mayor parte de la humanidad y que pueda llevarse a
cabo con naturalidad no implica que deje de ser una decisión para transformarse
en una obligación.
Por tanto, al tratarse ya de una
opción y no una obligación como sucedía en el pasado, nos situamos en un
escenario más complejo y que demanda mayor responsabilidad y honestidad: los
hijos no deben ser una tabla de salvación para la pareja, no son una forma de
validación emocional y no tienen por qué soportar el peso de nuestras
frustraciones.
Desear para tu hijo una infancia
mejor que la que viviste, quizás llena de carencias emocionales o escasez
económica te honra como persona. Pero si deseas proyectar en tu hijo todo
aquello que no pudiste o no te atreviste a hacer, posiblemente te estés
equivocando.
Poner a nuestros hijos metas
relacionadas con lo que consiguieron o no, comparar y presionar la elección de
un determinado camino es mermar su individualidad. Así, nuestro papel como
personas que les quieren es ayudarles a encontrar su camino e impulsarles a
conseguir las mejores herramientas para avanzar en él.
Referencias:
Delgado, A. O., & Oliva
Delgado, A. (2004). Estado actual de la teoría del apego. Revista de
Psiquiatría y Psicología del Niño y del Adolescente, 4(1),
65-81
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