¿Cuándo las pasiones aplastan a la razón?
La vida es una comedia para aquellos que piensan y unatragedia para aquellos
que sienten. Horace Walpole
En la actualidad, nos tenemos que adaptar a vivir en un
contexto, mediante el cual se nos enseñan cosas como machismo, códigos de
"comportamiento", apariencia, etc.- y en muchos casos se nos prohíbe,
o mejor dicho, se nos exige directa o indirectamente el carecer o el controlar
de nuestras emociones.
Las interacciones de los primeros años de vida proporcionan un
conjunto de lecciones emocionales basadas en la adaptación y en las
dificultades de los contactos entre el niño y las personas que se ocupan de él;
sin dejar de mencionar, los procesos neuro-químicos que se presentan en
diversas partes del cerebro, en gran medida el llamado cerebro límbico y las cortezas
pre-frontales, pero es la norma social -el
cómo se nos enseña a manejarnos en sociedad- la que “regula”
-¿qué va a decir la gente de mi?, me
enseñaron que esto está bien y esto otro no, etc.- en gran parte nuestro
comportamiento, haciendo énfasis –especialmente
para la civilización occidentalizada- en la limitada expresión o
simplemente en la inhibición de nuestras emociones. Esto es una razón por la
que podemos quedar tan desorientados por nuestros estallidos emocionales; los
cuales, a menudo datan de una época temprana de nuestra vida.
Entonces, ¿cómo controlar nuestras emociones? ¿Es posible hacerlo?
En lo últimos 20 años se ha hablado de la inteligencia emocional
y la ciencia desde algunas ramas como las neuro-ciencias se ha permitido el
estudio del funcionamiento de estas sensaciones y han descubierto que son algo
esencial para realizar actividades comportamentales tan complejas como el
relacionarnos con otros, así como, cosas más “simples” como huir de algún depredador o peligro. Sin duda alguna se
ha logrado demostrar que son rápidas y poco precisas, en otras palabras la
emoción es previa al pensamiento; una reacción basada en fragmentos de
información sensorial que no ha sido totalmente seleccionada e integrada en un
objeto reconocible.
En palabras de LeDoux: "no
es necesario saber exactamente qué es algo para saber que es peligroso..."
Consideremos el poder que tienen las emociones en el pensamiento
mismo, tomemos por ejemplo casos médicos en dónde personas se han visto
desprovistas de los canales emocionales a quienes se les sometió a diversas
pruebas en las que se les exponían casos vivenciales para que tomaran la mejor
decisión posible; la conclusión fue que sus respuestas atentaban a toda lógica,
el Dr. Antonio R. Damasio –El Error de
Descartes, 1994.- afirma que las decisiones de estas personas son tan
erróneas ya que han perdido acceso a su aprendizaje emocional. Esto demuestra
que los sentimientos son indispensables para las decisiones racionales; ya
que estos nos señalan la dirección correcta o dónde la pura lógica puede ser
mejor utilizada.
¿Recuerdan cuándo las cosas eran desconcertantes y aún no
teníamos palabras para comprender los acontecimientos?
Quizás su respuesta sea: –lo
recuerdo vagamente- o un simple –no-;
en cualquiera que sea el caso, me parece evidente el poder de la palabra
para aliviar nuestro estado de ánimo, por decirlo de alguna manera. Lo anterior
se vuelve un impasse en una sociedad que nos invita a NO hablar sobre el cómo nos sentimos y tal
vez, resignados, aceptamos que
tenemos sentimientos caóticos, pero no las palabras para expresar los recuerdos
que los forman.
No es de extrañar que sea tan limitada la compresión que tenemos
de nuestras emociones, especialmente las más explosivas, sobre todo cuando
todavía somos esclavos de ellas.
Es nuestro juicio (reglas sociales, asociadas al contexto
individual) el que nos permite discernir sobre la respuesta emocional (con la
significativa excepción de las emergencias emocionales), saber si debemos atacar,
huir, serenarnos, persuadir, buscar comprensión, estar a la defensiva,
provocar sentimientos de culpabilidad, lloriquear, fanfarronear, expresar
desdén, etcétera. Sin olvidar que este proceso es posterior a la emoción (ej.
Un novio que en un arranque de ira golpea a su pareja y luego expresa culpa o
vergüenza por su arrebato).
Entonces, ¿es posible una
armonía entre pensamiento y emoción?
El aprendizaje emocional que la vida nos ha dado envía señales
que simplifican estas decisiones, eliminando algunas posibilidades y destacando
otras desde el primer momento. Es entonces, la emoción tan indispensable como
la razón, guiando nuestro pensamiento en una danza entre sensación y razón
permitiendo -o imposibilitando- nuestro actuar.
En cierto sentido tenemos dos cerebros, dos mentes y dos clases
de inteligencia: la racional y la emocional. Nuestro desempeño en la vida está
determinado por ambas.
No se trata de suprimir la emoción y poner en su lugar la razón,
sino encontrar el equilibrio entre ambas.
En Maayán Hajaim contamos
con psicólogos y psiquiatras, línea
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