¿Cómo afrontar el envejecimiento de nuestros padres?
Como el orden natural lo indica, los seres humanos son hijos de sus padres y luego, con el paso del tiempo, se preparan para la maravillosa experiencia de ver crecer a sus hijos, educarlos y disfrutarlos. Se convierten en padres de sus hijos. Sin embargo, hay un momento de la vida en que los padres, al perder su autonomía con el comienzo de determinadas limitaciones físicas o pérdida de facultades mentales características de la cuarta edad, hacen que sus hijos se convierten en padres de sus padres. La difícil tarea de asumir el cuidado de padres que envejecen y ya no pueden valerse por sí mismos deja atrapados a los adultos en la necesidad de asumir nuevos roles, ocupándose de su atención y asistencia, sin descuidar a su vez a su familia, su trabajo y las tareas domésticas.
Hay que empezar a tomar decisiones por ellos y esto nos resulta muy difícil porque ellos no quieren perder su autonomía, e incluso quieren continuar tomando decisiones que muchas veces nos involucran y los perjudican a ellos mismos, mientras a nosotros como hijos nos preocupa que esto los enfrente a situaciones que pongan en riesgo o descuiden sus vidas. Por un lado, sentimos la necesidad y las ganas de ayudarlos, mientras que por el otro, sentimos molestia, enojo y ganas de evadirnos del problema.
Las situaciones más difíciles acontecen cuando alguien se ve forzado a asumir ciertas tareas sin desearlo, lo que muchas veces genera conflictos que distorsionan el clima emocional. Para evitar esos inconvenientes, es necesario que padres e hijos aprendan a redefinir su relación porque se trata de un cambio en las funciones: el que antes poseía cierta autoridad ahora pasa a ser el necesitado.
Cuidar de un familiar resulta muy gratificante, aunque en algunas oportunidades supone una tarea ardua y agotadora. El adulto mayor se vuelve muy dependiente a la hora de las actividades cotidianas y estas circunstancias llevan a la familia a reacomodar los roles, generando modificaciones en la estructura familiar.
Cuando los padres llegan a mayores y necesitan cuidados especiales, nos encontramos ante un importante desafío. La situación nos permite retribuir todo aquello que hemos recibido y nos da oportunidades para el crecimiento y conocimiento propio. Pero también es cierto que implica, en muchas oportunidades, un gran esfuerzo físico y emocional, y una modificación dentro del orden y las costumbres dentro de las familias.
Aunque no dependa de nosotros, el anciano no pierde, con sus limitaciones, la capacidad de decisión. Por supuesto, se exceptúan los casos en que el anciano por alguna enfermedad mental o deterioro real de sus capacidades de discernimiento, no sea capaz de reflexionar o tomar decisiones. No es bueno actuar como si sólo quien cuida al anciano sepa lo que le conviene. Es muy importante hacerlo participar y escuchar sus ideas, opiniones y puntos de vista.
Lo primero que recomiendan los especialistas es que los adultos escuchen a sus padres, ya que muchas veces ellos están capacitados para elegir cómo quieren vivir sus últimos años. También es importante que puedan prestar atención al deseo paterno y aceptar las sugerencias, siempre y cuando lo que el adulto mayor pida sea coherente y posible.
Es indispensable saber cuáles son los recursos con los que cuenta la familia y resalta la importancia de la división de tareas y de no delegar toda la responsabilidad en un solo miembro de la familia, porque puede terminar estresando y deprimiendo a esa persona.
Si creemos que no estamos preparados o no disponemos de todo el tiempo que necesitamos, es recomendable delegar la tarea a personal especializado y dejar para la familia otro tipo de acompañamiento vinculado a lo afectivo, como realizar algún paseo o jugar a algún juego de mesa, o compartir el almuerzo o la cena con dedicación. También es muy importante el aporte que puedan hacer los nietos acompañando, conteniendo y escuchando a sus abuelos. Pasar una hora por la casa, compartir un programa de televisión, invitarlos a tomar una merienda o simplemente hacerles un llamado de rutina los puede alegrar enormemente.
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